ENTREVISTA A MARIA MAGDALENA: ESCRITORA, EDITORA, PSICOANALISTA. POR CAROLINA CAPRARO

C. C: Empezando a conocer el laburo que haces, teniendo en cuenta el psicoanálisis, la escritura y la edición me hacen ubicarte en un lugar que podria llamar creativo o podría decirse fecundo pero, creo, que no le corresponderia definirlo con un adjetivo, sino más bien en verbo.

Es la creación de un espacio donde se puede leer las historias, las escenas, el dolor, con otro ritmo, con otro espesor, otro peso.

¿Cómo es el recorrido de tu encuentro con las lecturas, las palabras que te permiten esa forma de escritura?

M. M: Hubo encuentros con ciertas lecturas que marcaron mi recorrido como lectora, y por lo tanto también dejaron sus efectos en la escritura. El primero fue con Las flores del mal, de Baudelaire, suelo ubicar ahí un quiebre porque yo era niña y no sabía nada de poesía –más allá de mis propios intentos de escribir algunos poemas, pero más por intuición. Ese encuentro azaroso y profundamente lúdico con Baudelaire me abrió un mundo en el que existía un lenguaje nuevo que me produjo cierta fascinación y dejó la marca en un modo de vincularme incluso con los libros, que tiene que ver con ese carácter lúdico y de relación con lo mágico, lo sagrado, lo desconocido. Después vinieron las mujeres poetas y escritoras, como Pizarnik, Woolf, Plath, De Beauvoir. En mi adolescencia leía mayormente escritores hombres, y fue también otro mundo encontrarme con esas mujeres cuyo elemento en común, se me ocurre, fue el modo en que conjugaron la inteligencia con la sensibilidad. Ahora me atraen ciertas escrituras que dinamitan los géneros y se vuelven inclasificables, pero que tienen la potencia y la fuerza de lo salvaje y lo lírico. Pienso en la narrativa de Ariana Harwicz, en los ensayos de Chantal Maillard, en la prosa poética de María Malusardi, en la poesía de Leonor García Hernando.


C. C: En el libro “ no hay Milagro más cruel que este” nombras que escribis desde tus propias heridas y se menciona el dolor como un hilo invisible que te conecta con el de otras mujeres… Cuando lo retomé para re leerlo esta vez me detuve ahí, porque me había quedado la sensación que tu escritura tiene la densidad, el cuerpo de varias generaciones de lectoras, de mujeres lectoras. ¿Hay algo de eso?

M. M: Creo que ese hilo invisible y común fue el que me permitió esclarecer, primero para mí y luego ante los posibles lectores, mi posicionamiento en la escritura en relación a la vida y a la obra de Sylvia Plath, pero también en relación a esas otras mujeres que podrían encontrarse en el dolor y las heridas a las que me refiero. Era para mí fundamental no ubicarme frente a Plath como si fuera un objeto de estudio; no soy una biógrafa ni el libro es una biografía –al menos no en un sentido estricto y tradicional. Tampoco me interesaba tomar las teorías feministas para hacer un análisis sociológico del amor, la escritura y la maternidad. Ahí entonces hubo un trabajo difícil para establecer desde dónde y para qué estaba escribiendo. Ese hilo vino a traer un poco de luz, porque entendí que podía servirme de ciertos elementos de la vida y la obra de Plath –y en ese punto el ciertos es crucial, puesto que no hago un recorrido exhaustivo ni pormenorizado– para pensar y problematizar también ciertos temas que han tenido, y continúan teniendo, aun con sus matices, coordenadas particulares para las mujeres: amar, maternar, escribir. El desafío estuvo en sostenerme de ese hilo común pero, al mismo tiempo, sostener también las contradicciones y las diferencias que hacen a las singularidades de cada mujer, incluyendo por supuesto a Plath y a mí misma.


C. C: Entiendo que tu posición al escribir, citar, al editar, con respecto a las autoras es muy cuidadosa, es muy respetuoso, incluso, pensaba, tocando temas tan sensibles como el dolor, sufrimiento, tristeza, escritura, maternidad. Esa posición hacen una trama tal que generarán nuevas posibilidades de entenderlos, atravesarlos, juzgarlos, de usarlos. ¿Eso fue siempre así o hubo algo que te movilizó para eso?

M. M: Puedo ubicar un punto de inflexión en el libro que escribimos de Alejandra Pizarnik junto a Leonardo Leibson y Javier Galarza. Allí decidimos apelar a una escritura desde en lugar de una escritura sobre, tomando una idea de Heidegger que nos acercó Javier. Esa distinción fue importante, no sólo porque sobre Pizarnik se había escrito ya demasiado –y era todo en una misma línea que o la psicopatologizaba, o alimentaba el mito de la poeta suicida– sino también porque posibilitó la conversación. Entre nosotros, y con ella. Escribir desde, entonces, fue también el recurso al que apelé para la escritura de No hay milagro más cruel que este. Pero en esta ocasión, el diálogo intenté armarlo con esas otras mujeres que pasaron por la experiencia de amar, maternar y escribir; y con otras autoras que también han pensado y escrito al respecto. En relación a esto último me encontré discutiendo con feministas que respeto, como Marcela Lagarde, y con posiciones dentro de algunas corrientes del feminismo con las que no acuerdo, por ejemplo en relación a ciertas ideas sobre el amor. Plantear desacuerdos, críticas y objeciones, sabiendo que estaba ese hilo en común, me permitió sostener la complejidad que fui descubriendo en el proceso de investigación y escritura.


C. C: ¿Hay alguna relación entre la escritura de poesía y la de psicoanálisis?

M. M: No sé si hay una respuesta única. Porque pienso que en general no la hay, pero podría haberla. Y a veces también me la encuentro. La escritura en psicoanálisis podría servirse del elemento poético en varios sentidos: preservando el misterio, absteniéndose de explicarlo todo, abandonando las pretensiones academicistas del entendimiento y el saber universal, haciendo trastabillar el sentido común y el lenguaje de la comunicación. Podría pensarse que de este modo se pondría en jaque la transmisión, pero pienso que ocurre exactamente al revés. A mí, al menos, quienes más me transmiten son aquellos que han logrado, y se han atrevido, a una lengua singular que da cuenta de que eso que se juega en la transmisión ha pasado por el cuerpo de quien lo está transmitiendo. Hay otra enunciación allí, una implicación en la escritura. Y con implicación no me refiero a ese “yo” del que tanto se habla; tampoco es autorreferencia ni narcisismo. Es, quizás, un saberse dividido frente al saber e incluso frente a la misma transmisión. Por ese cuerpo atravesado pasa la escritura. En última instancia, tanto la poesía como la experiencia del análisis –y podría extenderlo también, por qué no, a la escritura psicoanalítica– pueden producir efectos; y esos efectos no se logran si no hay un cuerpo implicado. Si no hay cuerpo en la escritura, estamos en la zona de la razón y sus monstruos: textos eruditos, brillantes, donde no se sabe quién dice en esos estribillos que suenan siempre igual, ni tampoco se sabe qué dice, puesto que lo dicen tantos, en una muchedumbre anónima, que termina sin decir nada. O en verdad: nada novedoso, pura repetición sin diferencia.




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