“Para otra cosa. El psicoanálisis entre
las vanguardias” de Germán García. OTIUM ed. (2°
edición). Salta 2020
“Los sueños son como esas sombras de la Odisea, según S. Freud, que
despiertan a la vida cuando beben un poco de sangre. Los sueños de la vanguardia
despiertan con el tema de la originalidad, pero la materia que los constituye
es la repetición y la recurrencia”
“Para el caso, se trata de
situar al psicoanálisis entre las vanguardias que convierten la ausencia de
institución en una institución eficaz. Hablo de las vanguardias históricas que
generaron el mercado del arte, con lo que implica de circulación de una
economía con sus reglas de juegos, sus valores cambiantes, sus “burbujas
financeras”
La modalidad
elegida por los organizadores para hablar de este libro de Germán García me
permite presentarles mi lectura, orientada por un gusto particular. Cada uno
hará la suya.
Ricardo Piglia responde
en un reportaje “¿Cómo me gustaría que se leyeran mis libros? Tal cual se leen.
No hay más que eso, ¿Por qué el escritor tendría que intervenir para afirmar o
rectificar lo que se dice de su obra? Cada uno es dueño de leer lo que quiere
en un texto.” Es una de mis citas favoritas de Piglia, recurro a ella bastante,
y en esta oportunidad, en la suposición que por ser ellos tan amigos existió
una afinidad en algunas ideas, la voy a usar para hacerle decir algunas
cosas a Germán García. Recurro también para eso a la lectura de otras
producciones suyas, escritas y orales, y a lo que creo aprendí de él. Digo aprendí
por algo en lo que Germán insistía, un pensamiento, creo que es de Sócrates:
“no se puede enseñar, sólo se puede dejar aprender”.
“Para otra
cosa”, entonces. ¿Qué otra cosa? Podría pensarse que es un libro
dirigido a psicoanalistas que quieran ilustrase - uno puede llegar a
preguntarse si es un libro escrito para los psicoanalistas o para los
estudiosos de las vanguardias artísticas-, pero en una lectura advertida -que con
gran esfuerzo sorteó la fascinación por sus muchas referencias- elijo una
orientación -que voy a llamar política- en el uso que hace de los
discursos tal como los formulara Lacan (los psicoanalistas y quienes leyeron
Lacan saben a qué me refiero). Y también una cartografía, que da cuenta
de la constitución de redes de circulación de cierta producción literaria en
los movimientos de “vanguardia” de Europa y sus repercusiones en nuestro país
(pueden leer el apartado “El rizoma anterior”); esto último hace prácticamente
imposible tomar ingenuamente omisiones y menciones -otra insistencia de Germán.
Así, nos recuerda, por ejemplo, que Breton aparece en la revista “Sur”, pero T.
Tzara jamás es publicado. O que, en el resumen que Lyotard realiza en 1969
sobre el informe psicoanálisis y arte, “Freud no está presente, mientras que
dos años después se tata de ‘Freud según Cézanne’ y la aparición de la
palabra topología (una sola vez) parece mostrar que los escritos de Jacques
Lacan, publicados en 1966, habían cambiado la configuración del campo de la
discusión” (pág. 35). Sí, con la lectura de Germán García se puede aprender a
leer el detalle.
Germán García murciélago,
entonces, sirviéndose de la literatura para explicar el psicoanálisis y del
psicoanálisis para leer un movimiento cultural. Lectura de la que es
posible extraer consecuencias, lo que hace que su erudición no sea estéril.
Me sorprendí,
por ejemplo, al leer en el capítulo “Recurrencias” lo ocurrido en el llamado
Congreso de París, y recordar las actas del Congreso (77/78) que sirvió de
antesala a la “excomunión” de Lacan, por ejemplo. “La oposición entre Dadá y el
surrealismo remite a un momento preciso, comparable al que estaba
protagonizando Jacques Lacan al proponer la disolución de la École
Freudienne de París con su declaración de guerra: Delenda est” (pág.
77). La tensión entre dadaísmo y surrealismo es bastante aleccionadora
respecto de algunos movimientos que se produjeron en el psicoanálisis: a raíz
de la negativa de Tzara de participar del Comité que organizaría el Congreso, Gemán
recorta esta respuesta de Breton: “desde este momento, los abajo
firmantes, miembros del comité organizador, quieren poner a la opinión pública
en guardia contra las maquinaciones de un personaje conocido como el promotor
de un movimiento venido de Zurich que no es necesario designar de otra manera y
que hoy ya no responde a ninguna realidad. También diría que Tristan Tzara es
un “impostor ávido de publicidad” (pág. 78). Ecos…
En el año 2000
la editorial Atuel publica un libro titulado “Oscar Masotta. Lecturas críticas”
-que recoge una serie de intervenciones realizadas en el Centro Descartes a
propósito del vigésimo aniversario de proyecto Descartes-, donde se establece
esta línea temporal: 1930-1979/1999). En la presentación dice Alicia Alonso:
“encontrar el espíritu masottiano implica entender los entrecruzamientos
discursivos ” y presenta un método de lectura masottiano: “(Masotta) propone
una estrategia de lectura y ordena sus referencias según una triple
preocupación: tratando de revisar posiciones exhibidas en los textos;
recorriendo las referencias que supone adquiridas, pero dejándolas abiertas a
la investigación; tratando de sugerir las articulaciones entre texto y texto,
la razón de la serie, los hitos que recorre”.
En esa misma
publicación Germán García dice a propósito de la separación de la Escuela
Freudiana de Bs. A. que no se trataba de una batalla epistémica: “La cuestión
no estaba ahí, simulacro muy argentino, tirar al aire. Si me quiero pelear con
alguien, tomo cualquier momento de su argumentación y me opongo a eso. Hago
creer que hay una guerra de enunciados y en verdad lo que está en cuestión es
la plataforma de enunciación. Esto es lo que entendió rápidamente Masotta, por
eso era un político del psicoanálisis. Alguien que sabe entender a qué
enunciación corresponde ese enunciado: no qué dice, sino qué hace
alguien cuando dice eso”
En el apartado Nudos,
toma como acápite lo siguiente: “Los imbéciles del amor loco que habían
tenido la idea de suplir a la mujer irreal se llamaban a sí mismos surrealistas
(Lacan,1975)”; “Como lo muestra nuestro acápite el rechazo de J. Lacan era
explícito. Al final de su vida volvió a decir que no tenía nada que ver con el
surrealismo, pero agregó algo sobre su simpatía por el movimiento Dada y por
Tristán Tzara. Eso me llevó a investigar la diferencia entre una
posición y otra. La palabra “surrealismo” inventada por Guillaume Apollinaire,
fue usada por André Breton para nombrar un proyecto que sucedía a Dada,
que lo sacaba del campo de la acción negativa y lo trasformaba en un movimiento
artístico de nuevas intenciones políticas”. A su vez Tzara nombra a los
surrealistas como “esos adoradores de panfletos”, al tiempo que advierte que “el
psicoanálisis está estancado a pesar de la validez de sus métodos en tanto
algunas nociones relativas a la estructura el hombre que se han creído
invariables, pueden cambiar bajo el efecto de las trasformaciones de la
sociedad”.
Los argumentos
con que se intentó sacar del juego el movimiento dadaísta retornan en las
críticas que dividieron nuestro país en los años ’70, y aún podemos escuchar.
Dadaísmo y psicoanálisis deben enfrentar la antigua disputa sobre el
intelectual/artista comprometido, o no, según los cánones del movimiento
histórico político de cada época; (de paso, esto suele “empujar” tanto a unos
como a otros, a “expedirse” u “opinar”, ocasionando las desviaciones
correspondientes). Los métodos para la descalificación de una acción disruptiva
aún se mantienen. Germán García señala cómo Lyotard pasa por alto a noción de
jeroglífico, usada por S. Freud para explicar la transformación de la
significación en figuras enigmáticas. Bueno, todo esto está en el
apartado Nudos (para mí uno de los más apasionantes junto a La
soledad de Hugo Ball, el “refractario” como lo nombra Germán). La cuestión
parece estar en el giro que produce la apropiación que realiza Breton
sobre la plataforma dadaísta en aras de una revolución: “cuando los surrealistas
se embarcan en el sueño de la revolución, es la subversión Dada la que dejan”,
dice Germán García
Algo que también
está presente en el libro es el malentendido que existió, y existe, entre el
psicoanálisis como cuerpo teórico y los movimientos culturales que se sitúan en
lo que llaman “psicoanálisis aplicado”: “Los intentos de los psicoanalistas por
convertirse en metalenguaje de la producción artística condujeron al desprestigio
primero, y al ridículo después. Hay momentos delirantes que se confunden con lo
que intentan explicar, hay momentos enervantes como el producido en torno a la
revuelta que comenzó en 1968 en, París, hay momentos cómicos (involuntarios)
que llenarían muchas páginas” (pág. 16) “Las hostilidades entre el
psicoanálisis y las vanguardias históricas tiene como responsables a los tantos
“locos literarios” que formaron la descendencia de Freud y disparataron sobre
la “causa” del arte, en esa rama que se llamó “psicoanálisis aplicado” (pág. 18).
Se trata entonces de lo que los psicoanalistas hacen con y en
nombre del psicoanálisis, la concepción que tenía Lacan de la relación
entre arte y psicoanálisis y la utilidad de aquél para el psicoanálisis. Por
ejemplo, como destaca Masotta, Freud se apoya en la sonrisa de la Mona Lisa
para explicar su teoría de la angustia, tal como aparece en Lo siniestro,
relación que ese atenúa con La Gradiva donde, antes que el análisis de
la obra parecen estar en juego dos “saberes”, el de Jensen y el de Freud que en
ese momento le preocupaba menos practicar el psicoanálisis sobre la obra
literaria que usar la literatura para explicar el psicoanálisis; otro caso es
Da Vinci, de quien infiere su homosexualidad a partir del análisis de su
biografía”. En fin, como señala Masotta, “para Freud nunca se trató de definir
en una perspectiva única de la relación entre psicoanálisis y arte: una obra le
interesaba sólo cuando a nivel de los contenidos él podía observar sus propios
conceptos”.
Entiendo que
esto está presente en el título “Para otra cosa” y la ubicación del
psicoanálisis entre. Quizá sea un gesto de Germán a partir del
cual su generosidad con las referencias sirva para instalar esa tensión
productiva entre arte y psicoanálisis. “Por ejemplo, bastaría estudiar la
función de Sade tan atópico como Joyce, en la literatura y en la filosofía para
entender mejor por qué Lacan se ocupa de él”. Quizá, también, los casos que trae
Germán García para hablar de ese malentendido sea una indicación para no
insistir en recorrer por los viejos caminos, para abandonar las huellas
y comenzar a orientarnos por las pistas (estoy parafraseando a Lacan en
su seminario La ética del psicoanálisis). Es decir, entiendo que, para que esa
ubicación entre sea operativa y tenga incidencias, debe orientarse por
el detalle -sugiero leer las páginas 81/82 de “Enredos”.
En “La soledad
de Hugo Ball” -el refractario, como lo nombra Germán García- es otro de
mis favoritos (en el capítulo Para otra cosa); allí Germán toma de su Diario
algo que leí como una resonancia que puede servirnos para otra cosa. Los
poemas fonéticos de Ball, con los que inaugura el Cabaret Voltaire, no pasan
desapercibidos; en la pág. 31 podemos leer: “Con este tipo de poemas sonoros
-comenta Hugo Ball- se renunciaba en bloque a la lengua, que el periodismo
había vuelto corrupta e imposible”. Son “versos sin palabras”.
¿Qué es lo que
tiene de inalienable el psicoanálisis? ¿Dónde se encuentran psicoanálisis y
dadaísmo? En su potencia discusiva. En
su valor subversivo. Su Delenda,
tomando la expresión que utiliza Germán García en el texto. Sin olvidar la risa (la de Voltaire, la de
Ball, la de Lacan) que nos alejan de una “triste” historia de las ideas. Encuentro
ahí un aire de familia que representa una posición ante el
lenguaje -en Lacan “un discurso sin palabra” que permitiera disolver el poder encantatorio
del lenguaje-, y sólo consentirlo “en un juego cuyas reglas estén dictadas por
el deseo”; estaría más cerca de una política vinculada al movimiento que
de una afinidad estética (de gusto) o personal (simpatía o antipatía).
Recordemos que Tzara no lee el escrito que le da Lacan (“La instancia de la
letra en el inconsciente”) lo cual no le impide a Lacan tomarlo como modelo
para otra cosa. Quiero decir, hay un discurso (en el sentido psicoanalítico
del término) que subyace y ordena la producción e instalación de los discursos
(en el sentido semántico) oficialmente aceptados. Así los autores tomados por Germán parecen ser
términos, en idioma lacaniano, que dicen de la operación de un
discurso Amo.
La vanguardia,
ese movimiento de los que hacen “de la ausencia de institución una
institución”. La vanguardia, esos combatientes de la originalidad que olvidan
que tienen un ejército detrás. No es el caso del psicoanálisis ya que: “cuando
la originalidad se confronta con el origen, en el caso del psicoanálisis, se
encuentra con lo escrito por Sigmund Freud, con sus redes de transmisión y sus
modos de organizarlas”, nos recuerda Germán García.
Alejandra Borla,
febrero de 2020
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