“Para otra cosa. El psicoanálisis entre las vanguardias” de Germán García. Por Alejandra Borla



“Para otra cosa. El psicoanálisis entre las vanguardias” de Germán García. OTIUM ed. (2° edición). Salta 2020

“Los sueños son como esas sombras de la Odisea, según S. Freud, que despiertan a la vida cuando beben un poco de sangre. Los sueños de la vanguardia despiertan con el tema de la originalidad, pero la materia que los constituye es la repetición y la recurrencia”
 “Para el caso, se trata de situar al psicoanálisis entre las vanguardias que convierten la ausencia de institución en una institución eficaz. Hablo de las vanguardias históricas que generaron el mercado del arte, con lo que implica de circulación de una economía con sus reglas de juegos, sus valores cambiantes, sus “burbujas financeras”

La modalidad elegida por los organizadores para hablar de este libro de Germán García me permite presentarles mi lectura, orientada por un gusto particular. Cada uno hará la suya.
Ricardo Piglia responde en un reportaje “¿Cómo me gustaría que se leyeran mis libros? Tal cual se leen. No hay más que eso, ¿Por qué el escritor tendría que intervenir para afirmar o rectificar lo que se dice de su obra? Cada uno es dueño de leer lo que quiere en un texto.” Es una de mis citas favoritas de Piglia, recurro a ella bastante, y en esta oportunidad, en la suposición que por ser ellos tan amigos existió una afinidad en algunas ideas, la voy a usar para hacerle decir algunas cosas a Germán García. Recurro también para eso a la lectura de otras producciones suyas, escritas y orales, y a lo que creo aprendí de él. Digo aprendí por algo en lo que Germán insistía, un pensamiento, creo que es de Sócrates: “no se puede enseñar, sólo se puede dejar aprender”.
“Para otra cosa”, entonces. ¿Qué otra cosa? Podría pensarse que es un libro dirigido a psicoanalistas que quieran ilustrase - uno puede llegar a preguntarse si es un libro escrito para los psicoanalistas o para los estudiosos de las vanguardias artísticas-, pero en una lectura advertida -que con gran esfuerzo sorteó la fascinación por sus muchas referencias- elijo una orientación -que voy a llamar política- en el uso que hace de los discursos tal como los formulara Lacan (los psicoanalistas y quienes leyeron Lacan saben a qué me refiero). Y también una cartografía, que da cuenta de la constitución de redes de circulación de cierta producción literaria en los movimientos de “vanguardia” de Europa y sus repercusiones en nuestro país (pueden leer el apartado “El rizoma anterior”); esto último hace prácticamente imposible tomar ingenuamente omisiones y menciones -otra insistencia de Germán. Así, nos recuerda, por ejemplo, que Breton aparece en la revista “Sur”, pero T. Tzara jamás es publicado. O que, en el resumen que Lyotard realiza en 1969 sobre el informe psicoanálisis y arte, “Freud no está presente, mientras que dos años después se tata de ‘Freud según Cézanne’ y la aparición de la palabra topología (una sola vez) parece mostrar que los escritos de Jacques Lacan, publicados en 1966, habían cambiado la configuración del campo de la discusión” (pág. 35). Sí, con la lectura de Germán García se puede aprender a leer el detalle.
Germán García murciélago, entonces, sirviéndose de la literatura para explicar el psicoanálisis y del psicoanálisis para leer un movimiento cultural. Lectura de la que es posible extraer consecuencias, lo que hace que su erudición no sea estéril.
Me sorprendí, por ejemplo, al leer en el capítulo “Recurrencias” lo ocurrido en el llamado Congreso de París, y recordar las actas del Congreso (77/78) que sirvió de antesala a la “excomunión” de Lacan, por ejemplo. “La oposición entre Dadá y el surrealismo remite a un momento preciso, comparable al que estaba protagonizando Jacques Lacan al proponer la disolución de la École Freudienne de París con su declaración de guerra: Delenda est” (pág. 77). La tensión entre dadaísmo y surrealismo es bastante aleccionadora respecto de algunos movimientos que se produjeron en el psicoanálisis: a raíz de la negativa de Tzara de participar del Comité que organizaría el Congreso, Gemán recorta esta respuesta de Breton: “desde este momento, los abajo firmantes, miembros del comité organizador, quieren poner a la opinión pública en guardia contra las maquinaciones de un personaje conocido como el promotor de un movimiento venido de Zurich que no es necesario designar de otra manera y que hoy ya no responde a ninguna realidad. También diría que Tristan Tzara es un “impostor ávido de publicidad” (pág. 78). Ecos…
En el año 2000 la editorial Atuel publica un libro titulado “Oscar Masotta. Lecturas críticas” -que recoge una serie de intervenciones realizadas en el Centro Descartes a propósito del vigésimo aniversario de proyecto Descartes-, donde se establece esta línea temporal: 1930-1979/1999). En la presentación dice Alicia Alonso: “encontrar el espíritu masottiano implica entender los entrecruzamientos discursivos ” y presenta un método de lectura masottiano: “(Masotta) propone una estrategia de lectura y ordena sus referencias según una triple preocupación: tratando de revisar posiciones exhibidas en los textos; recorriendo las referencias que supone adquiridas, pero dejándolas abiertas a la investigación; tratando de sugerir las articulaciones entre texto y texto, la razón de la serie, los hitos que recorre”.
En esa misma publicación Germán García dice a propósito de la separación de la Escuela Freudiana de Bs. A. que no se trataba de una batalla epistémica: “La cuestión no estaba ahí, simulacro muy argentino, tirar al aire. Si me quiero pelear con alguien, tomo cualquier momento de su argumentación y me opongo a eso. Hago creer que hay una guerra de enunciados y en verdad lo que está en cuestión es la plataforma de enunciación. Esto es lo que entendió rápidamente Masotta, por eso era un político del psicoanálisis. Alguien que sabe entender a qué enunciación corresponde ese enunciado: no qué dice, sino qué hace alguien cuando dice eso”
En el apartado Nudos, toma como acápite lo siguiente: “Los imbéciles del amor loco que habían tenido la idea de suplir a la mujer irreal se llamaban a sí mismos surrealistas (Lacan,1975)”; “Como lo muestra nuestro acápite el rechazo de J. Lacan era explícito. Al final de su vida volvió a decir que no tenía nada que ver con el surrealismo, pero agregó algo sobre su simpatía por el movimiento Dada y por Tristán Tzara. Eso me llevó a investigar la diferencia entre una posición y otra. La palabra “surrealismo” inventada por Guillaume Apollinaire, fue usada por André Breton para nombrar un proyecto que sucedía a Dada, que lo sacaba del campo de la acción negativa y lo trasformaba en un movimiento artístico de nuevas intenciones políticas”. A su vez Tzara nombra a los surrealistas como “esos adoradores de panfletos”, al tiempo que advierte que “el psicoanálisis está estancado a pesar de la validez de sus métodos en tanto algunas nociones relativas a la estructura el hombre que se han creído invariables, pueden cambiar bajo el efecto de las trasformaciones de la sociedad”.
Los argumentos con que se intentó sacar del juego el movimiento dadaísta retornan en las críticas que dividieron nuestro país en los años ’70, y aún podemos escuchar. Dadaísmo y psicoanálisis deben enfrentar la antigua disputa sobre el intelectual/artista comprometido, o no, según los cánones del movimiento histórico político de cada época; (de paso, esto suele “empujar” tanto a unos como a otros, a “expedirse” u “opinar”, ocasionando las desviaciones correspondientes). Los métodos para la descalificación de una acción disruptiva aún se mantienen. Germán García señala cómo Lyotard pasa por alto a noción de jeroglífico, usada por S. Freud para explicar la transformación de la significación en figuras enigmáticas. Bueno, todo esto está en el apartado Nudos (para mí uno de los más apasionantes junto a La soledad de Hugo Ball, el “refractario” como lo nombra Germán). La cuestión parece estar en el giro que produce la apropiación que realiza Breton sobre la plataforma dadaísta en aras de una revolución: “cuando los surrealistas se embarcan en el sueño de la revolución, es la subversión Dada la que dejan”, dice Germán García
Algo que también está presente en el libro es el malentendido que existió, y existe, entre el psicoanálisis como cuerpo teórico y los movimientos culturales que se sitúan en lo que llaman “psicoanálisis aplicado”: “Los intentos de los psicoanalistas por convertirse en metalenguaje de la producción artística condujeron al desprestigio primero, y al ridículo después. Hay momentos delirantes que se confunden con lo que intentan explicar, hay momentos enervantes como el producido en torno a la revuelta que comenzó en 1968 en, París, hay momentos cómicos (involuntarios) que llenarían muchas páginas” (pág. 16) “Las hostilidades entre el psicoanálisis y las vanguardias históricas tiene como responsables a los tantos “locos literarios” que formaron la descendencia de Freud y disparataron sobre la “causa” del arte, en esa rama que se llamó “psicoanálisis aplicado” (pág. 18). Se trata entonces de lo que los psicoanalistas hacen con y en nombre del psicoanálisis, la concepción que tenía Lacan de la relación entre arte y psicoanálisis y la utilidad de aquél para el psicoanálisis. Por ejemplo, como destaca Masotta, Freud se apoya en la sonrisa de la Mona Lisa para explicar su teoría de la angustia, tal como aparece en Lo siniestro, relación que ese atenúa con La Gradiva donde, antes que el análisis de la obra parecen estar en juego dos “saberes”, el de Jensen y el de Freud que en ese momento le preocupaba menos practicar el psicoanálisis sobre la obra literaria que usar la literatura para explicar el psicoanálisis; otro caso es Da Vinci, de quien infiere su homosexualidad a partir del análisis de su biografía”. En fin, como señala Masotta, “para Freud nunca se trató de definir en una perspectiva única de la relación entre psicoanálisis y arte: una obra le interesaba sólo cuando a nivel de los contenidos él podía observar sus propios conceptos”.
Entiendo que esto está presente en el título “Para otra cosa” y la ubicación del psicoanálisis entre. Quizá sea un gesto de Germán a partir del cual su generosidad con las referencias sirva para instalar esa tensión productiva entre arte y psicoanálisis. “Por ejemplo, bastaría estudiar la función de Sade tan atópico como Joyce, en la literatura y en la filosofía para entender mejor por qué Lacan se ocupa de él”.  Quizá, también, los casos que trae Germán García para hablar de ese malentendido sea una indicación para no insistir en recorrer por los viejos caminos, para abandonar las huellas y comenzar a orientarnos por las pistas (estoy parafraseando a Lacan en su seminario La ética del psicoanálisis). Es decir, entiendo que, para que esa ubicación entre sea operativa y tenga incidencias, debe orientarse por el detalle -sugiero leer las páginas 81/82 de “Enredos”.
En “La soledad de Hugo Ball” -el refractario, como lo nombra Germán García- es otro de mis favoritos (en el capítulo Para otra cosa); allí Germán toma de su Diario algo que leí como una resonancia que puede servirnos para otra cosa. Los poemas fonéticos de Ball, con los que inaugura el Cabaret Voltaire, no pasan desapercibidos; en la pág. 31 podemos leer: “Con este tipo de poemas sonoros -comenta Hugo Ball- se renunciaba en bloque a la lengua, que el periodismo había vuelto corrupta e imposible”. Son “versos sin palabras”.
¿Qué es lo que tiene de inalienable el psicoanálisis? ¿Dónde se encuentran psicoanálisis y dadaísmo? En su potencia discusiva.  En su valor subversivo.  Su Delenda, tomando la expresión que utiliza Germán García en el texto.  Sin olvidar la risa (la de Voltaire, la de Ball, la de Lacan) que nos alejan de una “triste” historia de las ideas. Encuentro ahí un aire de familia que representa una posición ante el lenguaje -en Lacan “un discurso sin palabra” que permitiera disolver el poder encantatorio del lenguaje-, y sólo consentirlo “en un juego cuyas reglas estén dictadas por el deseo”; estaría más cerca de una política vinculada al movimiento que de una afinidad estética (de gusto) o personal (simpatía o antipatía). Recordemos que Tzara no lee el escrito que le da Lacan (“La instancia de la letra en el inconsciente”) lo cual no le impide a Lacan tomarlo como modelo para otra cosa. Quiero decir, hay un discurso (en el sentido psicoanalítico del término) que subyace y ordena la producción e instalación de los discursos (en el sentido semántico) oficialmente aceptados.  Así los autores tomados por Germán parecen ser términos, en idioma lacaniano, que dicen de la operación de un discurso Amo.
La vanguardia, ese movimiento de los que hacen “de la ausencia de institución una institución”. La vanguardia, esos combatientes de la originalidad que olvidan que tienen un ejército detrás. No es el caso del psicoanálisis ya que: “cuando la originalidad se confronta con el origen, en el caso del psicoanálisis, se encuentra con lo escrito por Sigmund Freud, con sus redes de transmisión y sus modos de organizarlas”, nos recuerda Germán García.

Alejandra Borla, febrero de 2020



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