Viajar
en el tren de las vanguardias históricas: una provocación[1]
Betina Campuzano
Universidad Nacional de Salta
Escribo sobre algunas cosas
guiado por el hilo del psicoanálisis que […] ha viajado en el tren de las
vanguardias históricas. Como se sabe, se trata de un viaje que cada vez que el
tren descarrila vuelve a ponerse en marcha.
Germán
García
Roger Chartier, el estudioso de las historias de la lectura y
los libros, ha señalado con lucidez que la historia de la lectura es, en
realidad, la historia de los modos de leer en Libros, lectores y lecturas en la Edad Moderna (1993). Y con ello,
nos llamó la atención no solo sobre los soportes de los textos, sobre papiros,
papel o pantallas; sobre las posturas del cuerpo o los espacios privados o
públicos desde los que se lee; sino también sobre las posiciones
socioculturales desde donde leemos.
No es lo mismo, pues, leer desde los inicios del siglo XX en
Europa, contexto de las vanguardias históricas, cuando la modernidad arrasa con
las temporalidades, cuando las muchedumbres hierven en los espacios urbanos,
cuando se profesionalizan los periodistas o los intelectuales que se religan a
través de los viajes, cuando los conflictos bélicos y los revolucionarios han
dejado sus secuelas; que leer a principios del siglo XXI en América Latina,
contexto en el que la literatura retoma el registro de la experimentación,
cuando la modernidad periférica ha ingresado a su lado más deslucido, cuando
las brechas entre ricos y pobres se ha acentuado, cuando las migraciones y las
violencias asolan el continente. No es lo mismo el modo en que lea un filósofo,
un sociólogo, un sacerdote, un artista,
un periodista, un taxista, un obrero, un estudioso de las letras que un
psicoanalista. Los modos de leer son, en efecto, posicionamientos, pero también
historias de vida, desde las que se leen los textos.
Con este rodeo lo que quiero es hilvanar una excusa o una
advertencia sobre la posición, la historia de vida, desde la que me acerco a un
libro como Para otra cosa. El psicoanálisis
entre las vanguardias (2011), de Germán García, cuya segunda edición que
data de 2019 estuvo a cargo de Ofelia
Wyngaard. Si alguien ha sabido entrelazar los
hilos de la literatura y del psicoanálisis en el contexto nacional, este ha
sido, sin duda, el escritor y psicoanalista argentino que, en esta ocasión, nos
acerca un conjunto de hilvanes caóticos, enredados, embrollados. Por mi parte,
será desde las competencias o el posicionamiento del ámbito de las letras, y en
especial de las literaturas y las culturas latinoamericanas, que abordo algunos
hilvanes de esta escritura garciana. Serán, Uds., por otra parte, quienes desde
su posición y sus lecturas del psicoanálisis, puedan en todo caso desenmarañar
otros hilvanes que pudieran enredarse en la ilegibilidad de estos textos.
Podemos acordar que Germán García se interroga acerca del modo
en que el psicoanálisis puede situarse entre las vanguardias históricas y
“convertir la ausencia de institución en una institución eficaz”. Esto nos
conduce, entonces, a desentrañar, al menos, dos cuestiones: por un lado,
recordar a qué nos referimos con las vanguardias históricas y por qué el
psicoanálisis podría posicionarse entre ellas. Por otro, a qué refiere esta
ausencia de institución que resulta paradójicamente una institución eficaz.
Primero, si avanzamos con su lectura, sabremos también que
Germán García nos habla de la “polifonía” o, dicho de otro modo, de los
poli-sentidos o la polisemia del término “vanguardias”: dice, por ejemplo, que
estas pueden ser políticas y artísticas; que Lacan rechaza el surrealismo y
siente simpatía por el dadaísmo. Por ahora, resolveremos esa polisemia pensando
que, en efecto, derivado del lenguaje bélico y en el marco de las revoluciones,
de la ebullición de la modernidad, las vanguardias refieren a aquello que “va
delante”. Y en el caso del lenguaje poético, avanza hacia las rupturas formales
de las tradiciones anteriores. Por supuesto, hay en la experimentación de las
vanguardias un claro gesto de novedad e ilegibilidad. Serán quizás Uds. los que
pueden desenmarañar el porqué del rechazo al surrealismo; por mi parte, la
palabra balbuceante que se repite en el dadaísmo me resulta conveniente para
los intereses del psicoanálisis que posa sus ojos en las escrituras Joyce o en
Macedonio Fernández. Entre las puntadas, la aguja escritural de Germán García
se hunde en la figura fundante de Sade, en las ineludibles presencias de
Macedonio Fernández y Jorge Luis Borges, en las de Sábato y Kohan Miller. Arma
así su colección de ilegibles, si atendemos a otra de sus propuestas.
Considero que el mérito de Germán García en este planteo, en
todo caso, es el modo en que organiza una nueva “colección” de vanguardias
cuando piensa en el caso argentino, esto es, cuando habla de una “expansión
tardía” que incluye al teatro del absurdo y el happening; a Alberto Hidalgo y a
Gombrowicz. Entonces, quiero entretejer aquí una inquietud o una provocación
que los apele a Uds., psicoanalistas que viven en Salta, en la macro-región
andina, lo que de alguna forma está definiendo sus modos de leer, a seguir
hilvanando las cavilaciones que realiza Germán García. Pienso, por ejemplo, en
qué otras vanguardias más andinas o latinoamericanistas pueden coser nuevas
colecciones, pueden resultar expansiones tardías –o no tanto- de otra Argentina
que Germán García no llegó a vislumbrar porque su posición, su modo de leer,
estaba centralizado en la tradición argentina en su vertiente del Cono Sur. De
hecho, recordemos aquella cita referida a la tradición que el psicoanalista
recupera del ensayo borgeano:
¿Cuál
es la tradición argentina? Creo que podemos contestar fácilmente y que no hay problema
en esta pregunta. Creo que nuestra tradición es toda la cultura occidental, y
creo también que tenemos derecho a esta tradición, mayor que el que puede tener
los habitantes de una u otra nación. (Borges citado por Germán García, 2019:
103).
Ahora bien, pienso en casos como el boliviano, el peruano y la
región andina: en las vanguardias de altura o regionales con Gamaliel Churata y
el Boletín Titicaca (1926-1930); en
José Carlos Mariátegui, cuya reflexión sobre el indigenismo y la producción de
la Revista Amauta (1926) dan cuenta
de cómo las vanguardias poéticas y las políticas son las dos caras de una misma
moneda; en Carlos Oquendo de Amat y sus Cinco
metros de poemas (1927) que, como un acordeón, abre espacios y sentidos; en
Martín Adán y su Casa de cartón
(1928) que no es sino metáfora de la artificialidad del lenguaje; en la
propuesta de Oswald de Andrade que, en el “Manifiesto Antropófago” (1928)
recurriendo a los tupí- guaraní y a las crónicas de la conquista lusitana,
propone la antropofagia cultura que resulta una de las metáforas más potentes
de la cultura latinoamericana que se define frente al colonizador; por nombrar
solo algunos de aquellos casos menos estudiados. La tradición argentina del NOA
nos involucra, en todo caso, a subirnos al tren de las vanguardias históricas y
pensar en aquello que no está institucionalizado como una institución eficaz.
He aquí el segundo punto al que quiero remitirme. Si Germán
García está pensando en este rechazo al surrealismo y en la simpatía al
dadaísmo en el devenir del psicoanálisis; si en las primeras páginas del libro
que nos ocupa se detiene en la cuestión de la originalidad, cuestión tan
vapuleada en el arte, que aquí se refiere a “aquella originalidad como una
forma de ordenar el pasado”; aquello que
no está institucionalizado, la figura del tren descarrilado, puede ordenarse
quizás de otra forma o en otra colección. Esta ha sido la tarea, advierte
Germán García, que han desempeñado las revistas y la crítica literaria en
relación con las vanguardias, como también lo ha hecho la tradición de la
universidad que “ordena el torbellino surgido en otro lado”. Quizás sea entonces esta una nueva
oportunidad de poner el tren en marcha, de conformar una institución eficaz, de
armar una nueva colección atendiendo a otros textos de la vanguardia y por qué
no a otras manifestaciones culturales. Si Germán García volvió sobre el
happening, por qué no pensar en las performances contemporáneas que, sin duda,
son signos de ruptura, de innovación, de originalidades, de metalenguajes, de
políticas: pienso en Bartolina Xixa, la drag andina; o en la múltiple evocada
performance de Las Tesis en Chile.
Y un último punto que quiero compartir con Uds.: en la
literatura, en las últimas décadas, hablamos de una vuelta a los realismos pero
vamos, incluso, más allá. La crítica literaria piensa en un realismo que echa
mano a las estrategias experimentales propias de las vanguardias: un claro
ejemplo de esto es el caso Luiz Ruffatto, estudiado por Luz Horne (2011),
cuando refiere al modo en que se construye la verosimilitud con procedimientos
de las vanguardias artísticas a principios del siglo XX. He allí, su
originalidad, es decir, su modo de ordenar el torbellino. Tal como advierte
Germán García, cuando el tren descarrila, luego su marcha se reanuda. Seguimos
viajando, tal vez, por las vanguardias históricas, seguimos malentendiéndolas,
seguimos hilvanando y desenredando. El arte -define el autor luego de haber
agotado los rodeos detrás de las ciencias naturales, la medicina y la
psicoterapia- puede ser tomado como modelo para otra cosa.
[1] Este ensayo
fue pensado y producido en el marco de la actividad “Leí un libro”, que se
llevó a cabo el pasado viernes 06 de
marzo, en la sede de la Fundación Cultura Analítica, coordinado por Carolina
Capraro y con la participación de Alejandra Borla, Ofelia Wyngaard y Marcela
López Sastre.
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